Ludovico Brudaglio pintor, fotógrafo, maestro y escritor

La primera noticia que tuve sobre la existencia del pintor Ludovico Brudaglio, fue al aparecer la revista, que como número especial del diario “Zona Norte”, editado en General Pico, acompañó la edición del 19 de agosto del año 1962. El contenido de la misma eran crónicas históricas cortas de la vida de algunas personas y las instituciones de Victorica, el primer fortín fundado en el territorio de la ñuke mapu de la antigua toldería ranquelina.

El corresponsal en Victorica era Juan Ernesto Poggi, secretario municipal en ese momento y el fotógrafo fue Lázaro Pérez, quien colaboró con las imágenes. Ese año se había cumplido, el 12 de febrero, el 80º aniversario de la primera población fundada en lo que era la Gobernación del Territorio Nacional de la Pampa Central. Pero el álbum aparece el 19 de agosto, el día del Combate de Cochicó, dado que por aquellos años se le daba más trascendencia a este acontecimiento que a la fundación misma del pueblo.

Ludovico, llegó a la Argentina el 3 de junio de 1901 y vivió en Victorica entre abril del año 1.906 y finales del año 1.909. Su primer trabajo lo desempeñó en el escritorio de la administración del Almacén de Ramos Generales de Joaquín Llorens, Alonso y Capdeville. 

Era italiano, hijo de Vito Brudaglio y de María Amalia Milone y había nacido el año 1878 siendo bautizado en la iglesia de San Francisco de Asís de Andria, provincia de Barletta-Andria-Trani de la región de Apulia en el sur de Italia.

A su llegada a Victorica hace una somera descripción de lo que le llamaba la atención: el pueblo estaba circundado por médanos; había grupos de álamos; los alambrados y las tranqueras de las chacras y campos eran muy primitivos porque estaban construidos de ramas gruesas de caldenes, en definitiva, era “un pueblo metido en una hondonada como una perla dentro de su concha”.

Ludovico Brudaglio con su esposa Maidana y sus primeras tres hijas s/f

El Almacén de Ramos Generales de Llorens, Alonso y Cía.

Luego hace una apreciación de sus compañeros de trabajo y del local del almacén. De los primeros se acuerda como cordiales, cultos, serios y circunspectos y del edificio le llama la atención que “carecía de comodidades para el reposo de los empleados quienes debían por la noche tender sus colchones sobre el mostrador para dormir”

La forma de trabajo consistía en enviar periódicamente los sulki con los acopiadores “recorriendo decenas de leguas entre los arenales hacia el lejano oeste”. Estos entregaban sus listas de pedidos de mercadería de los clientes y “se preparaba la mercadería que eran llevadas por grandes carros a su destino trayendo de vuelta los productos agrícola-ganaderos, lana, cueros, semilla de alfalfa y plumas de avestruz”.

El transporte se realizaba “cada mes, del ancho corralón de la casa, cuatro o cinco carros tirados por ocho o diez mulas, cargados de mercaderías de toda clase, rumbo al desierto”. Entre sus recuerdos deja constancia de los alrededores donde estaba situado el Almacén en el que trabajaba como ayudante en el escritorio, aunque a veces también colaboraba en el despacho al público. “La plaza pública del pueblo estaba rodeada por la Iglesia, la comisaría de policía, la Biblioteca, las dos escuelas fiscales y algunas propiedades particulares entre las cuales se encontraba la que poseía Don Joaquín”. Antes había observado que la iglesia no tenía campanario y que en el centro de la plaza había una “tosca pirámide de mampostería”.

El clima, los vientos

Pero lo que más le impactó fue el clima y sus consecuencias directas en el trabajo y la producción lugareña. “La arena de las calles movida por el viento, asiduo concurrente, no permitía el crecimiento de ningún arbusto ni flores, dando al ambiente un aspecto de desolación y de miseria tanto más, cuando sus habitantes y haciendas estaban sometidos a los efectos dramáticos de una prolongada sequía”. Y más adelante vuelve a profundizar el tema que seguramente sería lo que más le molestaba: “la aridez era, y lo es aún el único obstáculo para el progreso de esa región”. Y a pesar de no haber estado en el pueblo nada más que tres años en sus memorias escribió: “Pero de cada año bueno, los había cinco malos y eso era la causa de la miseria general y especialmente de la clase pobre.”

Y a continuación machaca con aquello que los hombres de a píe debían luchar diariamente: “Andar por las calles del pueblo significaba una tarea penosa cansadora que obligaba a las personas a caminar inclinada hacia adelante como si estuviesen tirando algún carrito cargado”.

Luego su memoria le trae el recuerdo de las calles y las veredas de los alrededores de la plaza y entonces escribe: “No había piso firme en ninguna parte exceptuando alguna que otra vereda sobre las cuales se había esparcido una regular camada de tierra negra traída de los bosques lejanos y convenientemente apisonada.” A lo que agrega probablemente el comentario escuchado con respecto a los deberes de la municipalidad en cuanto a ocuparse de las calles: “La municipalidad, pobre ella también por las escasísimas entradas en concepto de patentes e impuestos, hacía tirar por las calles alrededor de la plaza, un yuyo denominado “olivo” por cierta similitud de forma y color con el árbol que sirvió a Jesús en sus últimas oraciones”.

Y carga las tintas sobre el tema que más lo atribulaba: “Arena, viento, sequía prolongada, esto era lo que ofrecía la región, donde tocome actuar algunos años”.

Probablemente cuando Ludovico escribe sus memorias, ya los recuerdos estaban mezclados y no tenía demasiado claros algunos aspectos.

Leyendo el registro de lluvias de Victorica, que el señor Eduardo Pérez empleado de la oficina de Correos y Telecomunicaciones de ese pueblo volcó en un libro, constatamos que en los años que estuvo Ludovico en Victorica las precipitaciones fueron: 1906 1.004 milímetros; 1907 680 mm; lo que se dice dos años excepcionales, dado que la media era de 522,8 milímetros; 1908 437 mm; 1909 300 y 1910 324 mm.

Es decir, son dos años muy buenos, un año bueno y dos “años malos”. Probablemente de donde él procedía esto no se daba y eso lo hacía sacar conclusiones muy contundentes, aunque la realidad fuese más matizada.

Reconoce el esfuerzo de los pioneros de la colonización del lugar. “Se habían pasado treinta o más años, esperando algo que hiciese cambiar el aspecto al lugar. El Gobierno Central, creó escuelas. No pudo hacer más e hizo mucho. La escuela completó la acción del ejército. A una naturaleza hostil se enfrentó el coraje y la fe de esos pobladores. Resistieron y acabaron por amalgamarse con ella”.

Y prosigue con un comentario relacionado a la tierra: “El suelo y todo cuanto habían plantado y adherido al mismo los retenía como garfios de acero a un escollo. Dejar aquello era imposible. El comercio estaba representado por cuatro o cinco firmas de cierta importancia que proveían de mercaderías a una extensa zona pastoril de cientos de leguas hacia el oeste, tal circunstancia le daba al pueblo medios de vida, constituyéndose en centro de actividades del Far-West pampeano”.

Los comercios que no nombra fueron los de los italianos Lemme, quienes habían llegado junto con la columna colonizadora del Ejército desde las provincias de Córdoba y San Luis. También a partir del año 1887 estaba instalado el español Lucas Viniegra y desde 1890 frente a la esquina de la plaza opuesta a la de Llorens estaba la firma de Imas y Galarreta.

La vid

Discurriendo sobre el suelo, el agua y las plantas Brudaglio comienza a mencionar la facilidad con que se daba la vid en Victorica. “Cuando he hablado de sequía, he querido referirme a la falta de precipitaciones atmosféricas, porque en compensación a la aridez del suelo, había en el sub-suelo abundante y fresca agua potable. A cuatro o más metros de profundidad se encontraba ese elemento, fácilmente extraído a la superficie con bombas de poco costo o por molinos a vientos y almacenados en grandes o pequeños depósitos para efectuar el riego copioso en las plantaciones abrigadas… En virtud de tales instalaciones, alguna quinta producía verdura y en las huertas crecían lozana la vid dando óptimos frutos.”

Y en el párrafo siguiente hace una acotación de la gran cantidad de tierra que disponían los propietarios, seguramente comparando con respecto a la que podían disponer en su país de origen. “Los propietarios de las parcelas urbanas entregadas por el Gobierno Nacional tenían demasiada tierra para cuidar pues el pueblo había sido dividido en manzanas de una hectárea y cada una de esta subdivididas en cuatro lotes, no pudiendo cada persona adquirir más de dos lotes”.

Su atención se posa sobre las posibilidades del desarrollo de la vid y consigna en sus memorias lo que fue observando con sus propios ojos, describiendo las peripecias de un concesionario a quien llama “escribano”, así entre comillas, lo cual significa que hacía tareas relacionadas con esa profesión, pero que no tenía obviamente el título.

“…el “escribano” se posesionó de media hectárea lindera con la plaza y a pocos metros de la iglesia. Era aquella parcela un médano vivo, andariego y el viento lo hacía cambiar la topografía de la noche a la mañana, con la desesperación de su ocasional dueño que no conseguía fijar esas arenas porque carecía de dinero para ello. Trabajaba ese hombre como un presidiario arrastrando barriles de agua desde su casa distante unos doscientos metros para el riego de algunas vides y árboles frutales que había plantado”.

A continuación, escribe la conclusión a la que había llegado por su observación del caso que relata: “El éxito, pues, en materia de plantaciones, dependía de un sistema gradual relacionado con el capital disponible: escoger un terreno bajo de poca extensión, cercarlo con triple hileras de álamos y resguardado del sud con cerco vivo, y proveerlo de agua suficiente para el riego. En estas condiciones era asegurado el plantío y ya podrían verse excelentes pérgolas cargadas de enormes racimos de uvas que competían con las de las provincias de Mendoza y San Juan”.

Por lo que escribe a continuación se puede colegir que Ludovico no solo estaba sorprendido, sino también obsesionado con la posibilidad de desarrollo de la vid. Y por eso habría sus ojos para observar todo lo que estuviese relacionado con ese tema y aguzaba sus oídos ante conversaciones vinculadas a experiencias llevadas a cabo por quinteros o inversores.

Trabajó, más de un año largo y con lo que ahorró se compró un terreno en el que plantó vid, con la aspiración de fabricar vino con la uva que cosechara. Es que por un lado tenía enfrente cruzando la calle al español don Máximo García, cliente del almacén, que contaba en la quinta de su hogar, un parral y efectivamente con la cosecha de uva hacía vino, que en ocasiones era degustado por visitas importantes al pueblo.

Asimismo, fue muy conocido años después, el productor de uvas, también italiano, don Pascual Mazzuco o Mazzucco, que contaba en la zona de médanos una quinta de una hectárea, de la que supo cosechar un gran racimo que pesó seis kilogramos y se lo envió de regalo al General Juan Pistarini, hijo de italianos y Ministro de Obras Públicas de la Nación.

Por otra parte, porque el propio socio de la empresa, el francés Alfonso Capdeville había plantado al frente de su casa en “El Alto” en Telón, más de 4 hectáreas de viña de buena cepa, atendida por un ingeniero agrónomo que habría traído de Francia, con la intención de industrializarla en un futuro cercano.

Pero su esfuerzo, que consistía en salir todas las noches con un barril de agua, que tenía una cadena que se la ponía a su espalda y tiraba como si fuese un animal, -tal cual lo hacía el “escribano” al que había criticado- para regar y a la luz de la luna desmalezar, combatir las hormigas y otros insectos, terminó mal.

Es que apenas aparecieron los primeros brotes, en las varillas, las gallinas de un vecino de descendencia aborigen (el indio Muñoz) se los comieron todos, dejando prácticamente en la bancarrota al inversor. Había alambrado el terreno, pero las gallinas pasaban lo mismo, contrató a una persona experta para que le hiciera la plantación, alguien con experiencia, tal cual le había recomendado el cura italiano Juan Roggerone, Párroco de la localidad y quien le había vendido el terreno.

En su afán de defender la inversión, a veces pedía permiso para retirarse más temprano para aprovechar la luz diurna y eso no le gustó al gerente, quien unas semanas después le dio las cuentas. Una helada, terminó finalmente con la viña.

El Bar “Mitre”

Desilusionado por la mala experiencia, buscó un nuevo trabajo y lo consiguió en otro almacén de ramos generales. Pero había algo que traía desde su Italia natal que lo acercó a la Biblioteca Popular que encontró fundada cuando llegó, enfrente del almacén de Llorens. Ese algo fue su avidez por la lectura. Allí se hizo amigo del maestro Félix Romero, el numen de la nobel entidad que se transformaría con el correr de los años en un Centro Cultural.

A los pocos meses decidió dejar el trabajo como dependiente e instalar por su cuenta un Bar, al que le impuso el nombre de “Bar Mitre”, probablemente como para atraer a los parroquianos que tenían cierto nivel cultural. Pide dinero prestado, pero se le ocurre una peregrina idea. Publicó un aviso en el diario La Nación, cuyo corresponsal era Félix Romero solicitando un socio.

Apareció a los pocos días en el tren que había comenzado a llegar a la localidad desde mediados del año 1908, un joven muy trajeado, que le dijo que no tenía dinero para invertir, pero que estaba dispuesto a trabajar si lo aceptaba como socio. Ese fue el segundo error de Ludovico, dado que también terminó en fracaso, a pesar que vino un hermano desde Italia a intentar ayudarlo, quien optó por volverse al seno de su familia.

Diseñador, pintor y fotógrafo

Cuando el corresponsal y el fotógrafo de la revista porteña Caras y Caretas recorrieron Victorica el año 1907 visitó el cementerio local y fotografiaron la tumba -que en realidad era el osario- donde estaban los restos de los huesos rescatados de quienes habían sido en vida los soldados del piquete que enfrentó al cacique Yancamil y sus lanceros en el paraje Cochicó. Cuando se publicó la página relatando ese viaje junto a otras nueve fotos más, escribió este párrafo: “Perdonemos pues, por esto, a la municipalidad pobre, de Victorica, que al gastar en mejoras de otro género sus fondos, no ha tenido para el arreglo del monumento a los muertos de Cochicó ni para el cuidado de su tumba.”

Cuando el año 1909 la Comisión Directiva de la Biblioteca Popular “Bartolomé Mitre” decide construir un pequeño sepulcro, a instalarse en el terreno del atrio de la Iglesia Católica, le encarga a Brudaglio que confeccione el croquis del mismo. Allí se depositaron durante más de trece años, los restos de los soldados muertos en el Combate de Cochicó, que estaban en el osario del cementerio local desde que el año 1.887 los trajese desde Puelén -cerro Cochicó- el capitán Adolfo Corvalán.

Fue Brudaglio también quien pintó en el salón comedor del Hotel “Francés”, propiedad de la familia de don Juan Bautista Cazaux, un gran mural con un paisaje. Lamentablemente dicho mural se perdió cuando el año 1.985 se produjo la demolición del mencionado establecimiento comercial. Allí se construyó el edificio de la sucursal del Banco de La Pampa.

Brudaglio se casó el 13 de julio de 1910 en Victorica con la joven Teófila Maidana, hija del español Juan Maidana y de Cipriana Donaire argentina, que había llegado desde Junín (Provincia de Buenos Aires), donde había nacido el año 1888. Fueron testigos del casamiento por la Iglesia don Francisco Larrocea, español y Eustachia Muñoz viuda de Moreno natural de San Luis. Ofició la ceremonia el párroco italiano Juan Roggerone conocido de Brudaglio quien le dijo al cura que su oficio en Realicó era pintor. De ese matrimonio nacerán cinco hijos.

He tenido ocasión de ver en una exposición en la Escuela N.º 7 un par de fotografías en cuyo cartón estaba el nombre de Ludovico Brudaglio como fotógrafo. Es que sus últimos tiempos se dedicaba a pintar retratos y a tomar fotos, dado que el fotógrafo alemán Bernardo Graff había cambiado de domicilio. Era el momento justo para cubrir esa vacancia dado que ya se había fundado Telén (1901), Loventuel (1904) y Luan Toro (1908). Unos amigos nuevamente lo auxiliaron con un préstamo de dinero para comprar la máquina de tomar fotos.

Se fue con esos oficios a Realicó, el pueblo fundado al norte del Territorio, el mismo día que se casó en Victorica. Allí ejerció el oficio de fotógrafo. Posteriormente y con el apoyo del gobernador del Territorio a quien conoció precisamente en el Hotel Francés de Victorica, ingresó a la Escuela Normal de Santa Rosa en la que se diplomó al finalizar el año 1912. Aunque se dice que el impulso final para decidirse a estudiar magisterio se lo dio el Inspector Mariano Arancibia en Realicó después de conocer su obra, trayectoria y su anhelo. Después de cursar se recibió de maestro, con cuyo título se instaló en General Pico. Allí además de ejercer su cargo de maestro el año 1915 publicó un Álbum con la historia de la primera década de ese pueblo y otros del Departamento.

Ludovico falleció en Buenos Aires el 11 de diciembre del año 1962.después de una extensa carrera en la docencia en distintas provincias además de la Pampa Central. Su nieta Alicia Carmen Brudaglio aportó al Archivo Histórico “Fernando Enrique Araoz” de Santa Rosa (La Pampa) una colección de fotos de familia con la cual la Fototeca Bernardo Graff organizó en conjunto con la donante una biografía del mismo.

Imagen de la Fototeca Bernardo Graff del Archivo Histórico “Fernando E. Araoz” de Santa Rosa (La Pampa). Se observa a Ludovico Brudaglio pintando en su atelier el oleo de Domingo Faustino Sarmiento que donara a la Escuela Normal de Santa Rosa, en la que se encuentra colgado.
Fuentes:

Fototeca Bernardo Graff del Archivo Histórico “Fernando E. Araoz”, Santa Rosa (La Pampa)

“Zona Norte”, Diario de General Pico (La Pampa) Revista número especial publicado el 19 de agosto de 1962

Brudaglio, Ludovico: Memoria manuscrita, parte de los recuerdos de su estada en Victorica (Pampa Central).

Cazenave, Héctor Walter “Victorica. Álbum del Centenario 1882-1982” Editorial Efebe.

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