Historias del oeste de Tomás Domínguez

Tomás Domínguez es hermano de los conocidos poetas Julio Domínguez (El Bardino) y Félix Domínguez Alcaráz, nacido en el noroeste de la Pampa Central en el seno de la familia conformada por don Canuto Dominguez y Ana Alcaráz.

Se lo conoció entre sus amistades por el apodo “Cacho”, siendo una persona muy observadora desde muy joven, tanto del paisaje, como del paisanaje que poblaba las primeras décadas del siglo XX. Algunos de sus cuentos y relatos fueron publicados, en un libro titulado “Horizonte Lejano”.

Criollos Troperos

“En el invierno creo que de 1928 mi padre hacía arreos de hacienda vacuna a Victorica desde la barda. Dos arreos se hicieron muy seguidos, la hacienda era de don Pablo Alí, dueño de un negocio de ramos generales en Algarrobo del Águila…

Del primer areo no recuerdo muy bien, pero sí el segundo aún lo tengo presente todavía, el arreo se componía de 380 cabezas más o menos, los hombres eran mi padre, capataz. Don Santos Rodríguez que iba domando la tropilla, de donde era el famoso Vizcacha, don Pedro Castro, don Martín Sánchez y don Amadeo Villegas, yo y mi hermano Diego.

Al río Salado lo cruzamos en bote junto con los comestibles y las pilchas, los troperos lo hacían a caballo azotando a la hacienda y tratando de que la correntada no los lleve muy lejos.

Esto creo que fue en el mes de junio, días de frio en que entonábamos algunas canciones de nuestra creación, un tanto para distraernos y olvidar un poco nuestra madre. Metidos en la medanada de la travesía al paso lento de las cabalgaduras las horas no se contaban, los días no terminaban nunca. Los troperos de vez en cuando nos pegaban un grito como para que saliéramos del medio del arreo donde íbamos dormido y soñando de lo mejor.

Nuestro trabajo consistía en adelantarnos a tal lugar, juntar leña, ese era el problema serio, pues sólo había algún romerillo, alguna basura muy débil de modo que lo único que se encontraba como leña buena era la bosta de vaca.

Tiempo lluvioso nos agarra en La Florida donde había una calle en la que encerraban la tropa. Se compró una chiva grande y gorda, oi decir a los peones que se podía hacer tortas fritas. Yo y Diego nos reíamos, mirá que van a amasar si no tienen ni fuentón, ni mesa.

Tomás al centro, de saco gris Julio “El Bardino” y del otro lado Félix

No se de donde sacaron harina, en una lata derritieron la grasa, don Santos Rodriguez hizo como un hoyo en el suelo, puso una lona del recado, sobre ésta puso la carona de suela (prenda del recado) le echó bastante harina, agua y sal y se puso a amasar muy tranquilo. Pedro Castro freía, nosotros comíamos ¿que le parece lector?…

El viaje continuó varios días más, nosotros con la jeta y los dedos partidos por el frio sin contar los sabañones en el talón y en los pies, el lóbulo de las orejas, todo era llaga. Pero claro los chicos no sienten frio, andá traé los caballos y de paso agua del estanque. Rompiendo la escarcha el criollo, así salen buenos los muchachos. Dale… mi petiso tordillo de nombre Primero, mi primer caballo por supuesto, iba mesturado con las vacas.

Yo creo que lo único que movía eran los ojos, si es que los movía. De allí me sacaron en la posición de montar, así duro, al calor del fuego me sentí mucho más peor que engarrotado, perdí todo dominio de mis actos, lo que si me funcionaba bien era el cerebro, entendía todo cuanto me ocurría, pero no me obedecía el sistema muscular. Recuerdo aún hoy mi desesperante situación. Por eso muchas veces nos equivocamos al hablar de ciertas cosas por desconocer cuales son las reacciones naturales y orgánicas ante estas y otras circunstancias.

Así fue que en el transcurso de más de veinte días más o menos estábamos en las vecinas calles de Victorica para tratar de entrar a las ferias el día siguiente bien temprano.”

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