Sosa, el poeta de La Pastoril

Eduardo “Lalo” Sosa nació en un campo nominado “La Sara” en los alrededores de la Colonia “La Pastoril” en dirección al sur, pasando más allá del cerro Currumahuida. Era el año 1941, cuando se escuchó el llanto, en el seno de la familia formada por  doña Dionisia Gaute, y don Enrique Félix Sosa, ambos argentinos. Los padres de Enrique Félix, vivían en el Lote 6 de la Sección XIX del Departamento Loventué. del entonces Territorio Nacional de la Pampa Central.

Eduardo cursó sus estudios primarios en el Colegio “Don Bosco” de Victorica, en condición de interno, al término de los cuales el RPS Manuel Lario lo llevó a Córdoba a iniciar el Seminario, dado que había observado en él condiciones para el sacerdocio.

Pero al poco tiempo volvió a Victorica, descorazonado por no haber encontrado eco a sus pensamientos profundamente cristianos y humanitarios, abandonando definitivamente esa huella. Buscó trabajo y lo consiguió muy cerca de su casa paterna.

Por aquellos años un antiguo tropero tenía abierto  boliche en la esquina que había sido de la familia de Matías Ramos y que posteriormente fue el bar “El Puma” de Agustín de la Nava alias “El Chino”. Ahí nació su milonga corralera que titulara, “Corralera por Irineo Figueroa”, a la que le puso música su amigo Alfredito Gesualdi, tema que integra el Cancionero Regional Pampeano.

Lalo Sosa gustaba vestir bombacha campera, alpargatas, gorra vasca y poncho pampa

Su madre, en los momentos de esparcimiento en el campo, empuñaba la guitarra para entonar algunas canciones. Es probable que allí haya comenzado su amistad con las seis cuerdas. Alfredo Gesualdi (h) había aprendido los primeros acordes con su amigo René Viglino, hijo de don Atilio, quien tenía el boliche frente a la estación del ferrocarril.

Se hizo de varios amigos sobre todo los que compartían el gusto por el folklore. Se puso de novio con María Esther Vargas con quien se casó y de cuya unión llegaron a la familia los hijos con que el Señor los bendijo.

Después que “Lalo” se fue para el silencio como le gustaba decir a don Atahualpa, entre sus obras no difundidas se encuentra una milonga campera que dedicara a  Mauricio Mauril, peón de la estancia “La Sara”, un descendiente del pueblo originario al que le confiscaron la tierra.

Al Peón de campo
                                        Para Mauricio Mauril

“Fuiste peoncito de campo allá en la estancia la Sara,
cuantas madrugadas claras te agarraron ensillando,
el recau acomodando con todo celo campero,
con mucha atención y esmero el caballo bien tusado,
el lazo al anca arrollado, pañuelo al cuello y sombrero.

Una faja colorada, rodeabale la cintura
y del facón la empuñadura le asoma por un costau,
el rebenque acomodado, un par de espuelas plateadas
y de unas cuantas brazadas un lazo de seis trenzado,
monta un zaino colorau de parejita figura.

Apenas cantan los gallos sale el peoncito campero,
al tranco para el potrero, a echar todos los caballos,
desafiando al mes de mayo, con sus tremendas heladas,
no le tiene miedo a nada, ni al diablo si se aparece,
sin embargo algunas veces una pena lo pialaba.

Siempre en su vida de peón solo supo madrugar,
sabía andar con frio o con cerrazón,
durmió siempre en el galpón y por cama tendía un recau
y mil noches se ha pasau, cavilando en su destino,
sin encontrar más camino que el de morir olvidado.

Cuando te tape el olvido bajo este cielo pampeano,
habrá una oración hermano para vos que ya te has ido
y andarás en el silbido del viento por esos cerros,
en son de los cencerros, el monte y el pajonal
y serás verso inmortal del gaucho Martín Fierro.”

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *