Lalo Sosa, algo más que cantor de boliches.

Eduardo “Lalo” Sosa, nació al sur de la zona rural de la Colonia “La Pastoril” , en el entonces Territorio Nacional de la Pampa Central, el año 1941. Su madre fue doña Dionisia Gaute y su padre don Enrique Félix Sosa, encargado de uno de los campos conocido como “La Sara”, al norte del Departamento Limay Mahuida, casi lindando con el Chalileo.

Allí en ese campo supo crecer cuando niño, correteando en el patio de la casa y ya más crecidito asomándose a los corrales, donde trabajaba su padre con los caballos, las ovejas y algunas vacas.

Cuando llegó la hora de ir a la escuela, su familia decidió enviarlo pupilo al Colegio Salesiano de la obra de Don Bosco en Victorica.
Ahí alcanzó a conocer al RPS José Durando, ya viejito, que solía visitar a su familia cuando todavía misionaba la travesía desde Telén hasta más allá del río Salado.

Ya traía en su retina las imágenes de los lugares que más lo habían emocionado. Su pituitaria impregnada de los aromas del jarillal y el chañaral, en sus oídos no sólo el trinar de los pájaros del monte pampeano, sino también el ulular del viento pampero y  además, la música criolla, interpretada en la guitarra tocada y cantada por la voz de su madre Dionisia.

Cuando la familia se incrementó, con la llegada de otros hermanos, sus padres decidieron que había que trasladarse a Victorica, para que nadie perdiese la escuela. Alquilaron una casa que había sido de la familia del italiano don Bartolo Leonardi, sobre la calle San Martín (actual 15) a una cuadra donde Agustín Borthiry y Eladio Rodríguez tenían los Stud de caballos de carrera, que tanto atraían a él y toda su familia.

Imagen tomada en Loventuel con su familia y amigas, allí se encontró con la familia Zomoza

Habrá sido alrededor de mediados de la década de 1.950 cuando su figura se me hizo familiar en el barrio “Los Pisaderos“. Como pasaba casi todos los días por allí, para ir a la carnicería de Boles, a buscar kerosene a lo de Berasategui, o a la escuela 7 donde era alumno, conservo algunos recuerdos. A veces solía ver estacionado un camión y en otras ocasiones una camioneta, era porque el padre había llegado del campo. Si todavía me parece verlo a don Enrique con botas acordeonadas, rastra emplatada, cuchillo con cabo labrado cruzado en la espalda, sombrero de paño negro, pañuelo al cuello y cuando era invierno un poncho.

Después que Lalo terminó la primaria, el Párroco Manuel Lario, quería que algunos  jóvenes pudiesen ir al Seminario. Nicoleti, Sosa y tres más, fueron con él a Buenos Aires, donde visitaron al General Pistarini, según recuerda “Cacho” Peralta, que también fue de la partida. Después de allí partieron hacia Córdoba, donde los dejaron internados.

Lalo tenía un profundo sentido de la religiosidad, era un humanista, adelantado en sus lecturas a la teología de la liberación, por eso no se adaptó a la enseñanza en el seminario católico en la ciudad de Córdoba, donde predominaba el pensamiento ortodoxo de la cúpula de la iglesia clerical, que no veía con buenos ojos la apertura hacia la comunidad y seguían dando misa en latín y de espaldas a los feligreses.


A Lalo supe conocerlo, sin saber quien era, cuando un día entré al boliche del judío Raiman, en la misma manzana, a la vuelta de su casa, a comprar algo para echarle a la olla del puchero y me encuentro con un joven, que estaba pulsando la encordada y entonando su voz lozana. Sobre su cabeza una gorra negra vasca y sobre la mesa una copa de ginebra.

Después supo trabajar como dependiente en la Casa Calandri, que está precisamente enfrente. Como yo era el chico de los mandados, algunas veces me atendió. Es probable que ahí le hechó el ojo a la María, la hija de la familia Vargas, que trabajaba en la casa de familia de don Pastor García.

Pasó el tiempo, y le perdí el rastro, porque estuve ausente de Victorica seis años. Cuando llegó la década de 1.970, ya se había hecho conocer en algunos boliches y traía en su repertorio varias canciones con versos de su propia inspiración. El otro más cerca a su casa, era el boliche del “Toto” Álvarez en la esquina frente al taller del italiano Roberto Pagella y el más lejos, el que estaba frente de la estación del ferrocarril, que lo atendía don Atilio Viglino, padre de cinco hijo, tres varones y dos mujeres. René el más chico fue un guitarrero y cantor.

Después se fue un tiempo del pago, buscando otros horizontes, pero ahí también se encontró con las injusticias. Si le había calado hondo la pobreza en el oeste, en la década de 1940, luego que la fatídica década del treinta de los “años malos”, viendo familias que sobrevivían a duras penas , que cuando se cortó el Atuel y el Salado y el agua se transformó en salmuera, se intensificó el éxodo hacia Telén, Victorica, Toay, Santa Rosa y General Acha. Por eso también lo hirió en lo más profundo de su corazón la miseria en que vivían muchas familias pobres del conurbano bonaerense.

Eso lo llevó a aceptar la oferta de militar en política, tratando de despertar las conciencias y de aportar solidaridad con los que la pasaban peor. Parece que fue por Mar del Plata donde se enredó con algunos conocidos que portaban armas. Lalo era hombre de cuchillo a la cintura, igual que su padre, pero de menor tamaño, demás había aprendido a manejar el rifle y la carabina y hasta el máuser cuando salían a espantar el puma o a cazar vizcachas, jabalíes y ciervos con sus amigos.

El poncho pampa al hombro, es una clara definición de su opción de luchar a favor de la causa de los aborígenes desterrados y despojados


El compartía en el partido conducido por Ricardo Balbín, creía que por fin los más pobres, los que pasaban hambre iban a poder mejorar su situación, conseguir trabajo digno, tener una vivienda propia y disfrutar de la vida. Sobre todo cuando su líder concurrió a la convocatoria que hizo el ex presidente Juan D. Perón en el restaurante “Nino” en noviembre de 1972 donde se plantaron las bases de la “Hora del Pueblo”, un consenso multipartidario para luchar contra el gobierno militar y recuperar la democracia.


Por esa esperanza fue que se involucró más profundamente, hasta que fue detenido cuando estaba por tomar el tren para regresar a La Pampa y llevado a la cárcel. María Esther lo visitó y se pusieron de acuerdo a quien recurrir por su situación. Cuando se enteró de este trance, su madre doña Dionicia, fue inmediatamente a hablar con el farmaceutico don Domingo Andrés Frois Regis, que había sido electo Senador Nacional, para que se interesara por la situación.


Cuando volvió al pago, el intendente de Loventuel se preocupó al enterarse que él andaba conversando con los más pobres en los ranchos. No se de donde salió el término “tupamaro” con el cual se refería a él, mote que por otro lado también se lo habían puesto a los hermanos Alvarez, hijos de Pepe y sobrinos del “Toto”, y nietos de un viejo anarquista fallecido.


El sambenito provenía del Uruguay, donde un grupo de la guerrilla urbana, había tomado las armas y se había dedicado a robar a las empresas financieras y al casino, para tener fondos con los cuales financiar sus actividades políticas de tendencia izquierdista en su manera de pensar y obrar.

El dúo “Los Pampas” integrado por  Agustín Borthiry (guitarra) y Alfredo Gesualdi. Arrodillados Lalo Sosa con grabador, a su lado Ojeda y el siguiente el locutor Ricardo Di Dio. Imagen tomada en el Club Cochicó el año 1.972


Fue Concejal en Loventuel a principios de la década de 1.990, es que en ese pequeño pueblo estaba viviendo con su esposa María Ester Vargas, quien era la enfermera de la Posta Sanitaria. Su preocupación era por la distribución de las becas, de las viviendas, de las pensiones para los pobres y todo asunto relacionado con la cuestión social.

No negociaba, ni transaba, era un romántico, pero intransigente. Sus días más felices eran compartir en Victorica con los amigos en el Boliche de “El Chino”, de Agustín de la Nava, quien fue concejal en la década de 1.980, o en “La Posta” de don Valentín Ramos y su esposa doña Luisa Torres, en donde se encontraba con los parroquianos habituales. Entre los que estaban el “Chicho” Sejas con su guitarra y acordeón, el “Negro” Dasso, Pedro Cabal, Alfredito Gesualdi, los hermanos Morán que eran del barrio y otros comensales con los que degustaba el cinzano mientras platicaban. Y no puedo dejar de mencionar “La enramada” de los hermanos Fuentes venidos del oeste o “La Pobrecita” de la familia Muñóz-Torres donde también supo compartir la rueda.


Tenía 63 años cuando se fue para el silencio como decía don Atahualpa Yupanqui, su alma descansa en el camposanto de Victorica, pero su espíritu suele andar por los pagos del “Arbol Solo” o en los medanales negros o en el cerro de “Curru Mahuida” y otros se lo imaginan galopando hacia el Salado con algunos gauchos pobres, siguiendo el rastro al Juan Bautista.
Su amigo Pedro Cabal que le ha puesto música a algunos de sus poemas y su esposa Hilda, publicaron en la revista “Los Caldenes” dirigida por Edgardo Muñóz Font, una despedida post morten al aparecer el número 1 de la misma en Victorica, el mes de abril del año 2004.

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